Normalmente se distingue entre la inteligencia natural y artificial a través del sentido común. La inteligencia natural está ligada a la composición biológica innata de nuestra especie y a la capacidad única de creatividad y creación de significado. Los significados que creamos son expresiones de nuestra personalidad y forman las bases de las identidades comunitarias.
Como seres sociales que crean orden, hemos construido infraestructuras para la producción y propiedad de estos sistemas de conocimiento que enmarcan lo que sabemos, cómo lo sabemos y, en un sentido recursivo, cuál es nuestro derecho individual y colectivo a ello.
La inteligencia artificial, por otro lado, a menudo se considera predeterminada por una naturaleza mecánica. Es un producto de nuestra especie pero a la vez algo muy diferente —su propio tipo de "ser vivo" zumbando en la luz gris azulada de las granjas de servidores, nuestra versión postindustrial de la fábrica. En esta diferenciación, las máquinas, las tecnologías y los algoritmos se convierten en actores incorpóreos de la recopilación, producción y posesión del conocimiento humano. Y cuando lo hacen, a veces permitimos que la inteligencia artificial opere bajo diferentes reglas sociales —las mismas reglas que establecimos para que los creadores de conocimiento protejan sus derechos morales, políticos y económicos. Sin embargo, esta distancia física oculta una dependencia de la inteligencia humana que materializa. La inteligencia artificial es tan inteligente como el significado humano que ha registrado y recalculado mediante los procesos de "machine learning".
En el XIX Congreso Internacional de Tecnología, Conocimiento y Sociedad queremos detenernos en una encrucijada filosófica para preguntarnos:
No solo estamos interesados en considerar estas preguntas de manera teórica, sino que animamos a enviar propuestas y casos de estudio de aquellos que trabajan en nuevas aproximaciones a la acción e intervención para una era de máquinas pensantes.